Te ofrezco
la flor almibarada
donde nutrí a mis hijos,
hinchada magnitud perpleja
de un capullo a punto
de abrir su seda.
Te ofrezco entrelazada
la llaga del tormento y tu memoria
que hará encender la veta más preciada
de la piedra hueca
que tu llenas.
Encañado trigal
entre el aire y mi cuerpo,
somos dos acaudalados
hacia el océano.