Desde qué fuegos
quedó
en el vidrio
un infierno
que curtió sus pies,
dejó atrás la ciudad.
Urdió la fuga en mitad de la tarde
cuando el cerezo florecía,
y ella agonizaba
entre los fuegos
de su pelo:
-destellos lucen en los escaparates
con la muñeca rota
apuntando el índice
hacia la puerta –
no más allá,
porque se pierde
entre luces artificiales
a las que no está habituada.
Las vitrinas exhiben excentricidades
y lejos se reparte trigo y agua,
las tierras baldías son para hincarse en ellas
entre espejismos,
dar a luz
rizando en los charcos
los sueños quebrados
hasta sacarse el lodo
de la frente
que descifra las nubes
y hoza en la arena
la grieta de un dios.
No hay más certeza que el aire
ni más
ni menos.