Al borde de una llanura,
que abrevas en un enjambre de palomas sedientas
de ti.
y me protejo del glaciar de las frígidas.
Quiero tu gemido, luego tu mordedura,
con un bravo jadeo de tu boca
hasta la muerte.
Al borde de una llanura,
que abrevas en un enjambre de palomas sedientas
de ti.
y me protejo del glaciar de las frígidas.
Quiero tu gemido, luego tu mordedura,
con un bravo jadeo de tu boca
hasta la muerte.
Me ofrezco como una copa de nieblas
púlela con tu dulcedumbre,
con tu desnudo
resplandor me queme,
que la niebla se disipe,
que el cristal brille.
Fuiste mi primera vez, fui tu primera vez,
besa los oscuros arreboles que urden tu pudor
sobre ellos.
No olvides la clerical campana bostezó su silencio
Cuando una carne libre se entregó en los conventos.
Todo te consiento, abro las hojas del fruto,
te envuelvo árbol frondoso,
gime, gimo encendida de luz serrana.
Roza mi espalda tu fría espada,
y un relumbre de filo gritará
y mi caparazón habrá envuelto
tu pudor que agoniza en mi jubiloso cuerpo
derramado sobre un lecho.
como un día fue.
Desnúdame arrecife en océanos briosos
y abismes tu boca
en mis caderas
cuando rompa el anhelo la virtud.
Tus vísceras y la tostada simiente
Vuelque su blanco licor que edulcora la voz
Y me convenza,
Abriré el pan cálido para tu dedos
Y dejes tu almibarada tizana
En el mascarón que resopla por mí.
Tus manos batan el aire, silben sobrevuelos
mi desnudo pubis y tus yemas clávense
en alguna huella de eternidad
cuando voltees tus ojos a mis ojos ya hundida
en el mar.
Bajaré la cremallera y me incitarás
La lujuria de las santas, la ruidosa altiva, idealizada mujer,
te beso la profundidad de los mares que embisten
con su pez devorador en la espuma sagrada de una diosa.
Ábreme como una rosa presa hace siglos,
no te niego palabras soeces ni rasguños que marquen
a fuego tus dientes en mi agudo pezón.
Tu mensaje vomite labios entreabiertos
la muerte dulce y quejumbrosa,
mi brasa inmóvil cerraré.
Líbame el rocío, enrédame a la humedad
que el cimbreo no fatigue las pelvis.
Te he amado en el comienzo del mar
y la tierra,
en la luz y el pectoral
que te adormiló
en mis sábanas
aquella encendida madrugada;
la golondrina
sobrevolando ajenos huertos,
la sombra insolente de una playa sin huellas.
Te daré todas las noches del tiempo
tengo un río que puede lamer su cauce en tu cuerpo.
Serás mi gota frágil del sereno,
huelo desde ya, tu aroma, tus fluidos
y me desarman
los nidos de la existencia.
No te preocupes de los silenciosos caminos
sigue aleando sobre mis cielos,
besa mis trémulos vaivenes,
son las alas del viento,
pues te pido y desespero,
porque
tu voz traduce desde mi pelo hasta mis pies
un coral que canta bajo un océano.
que esconde mi desnudez
y se anuncia.
Atiza ante tus ojos, varón mío,
el fuego nuestro.
El que azuza la bestia que somos,
bravía sudando en eternas sentencias.
Amo tu embestida de forjador,
en mi perfil de mujer que rompe
el cayado de las flores,
que gime su aroma irrepetible,
que intenta establecer los soberanos
acordes
al compás de las frágiles falúas,
para que el mundo no persista
en el clamor de hacer la piedra a nuestra imagen
o nuestra imagen sólo una armadura.