que esconde mi desnudez
y se anuncia.
Atiza ante tus ojos, varón mío,
el fuego nuestro.
El que azuza la bestia que somos,
bravía sudando en eternas sentencias.
Amo tu embestida de forjador,
en mi perfil de mujer que rompe
el cayado de las flores,
que gime su aroma irrepetible,
que intenta establecer los soberanos
acordes
al compás de las frágiles falúas,
para que el mundo no persista
en el clamor de hacer la piedra a nuestra imagen
o nuestra imagen sólo una armadura.
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