domingo, 15 de agosto de 2010

Ese frío.

la lluvia se ha cansado en Valdivia, sur,
casi fin del mundo,
es un gris hueco de la tierra
donde se olvida el nombre y las palabras son mudas.

Es un patio azul,
pero cuando se acerca tímido el sol
que teme herirnos,
estallan las onomatopeyas de las aves,
cubre el color el cemento y le pone flores a todos los espacios,
late la palabra que no dice sino muestra,

es mi región un vestido de mujer.

Cuando vengas bailaremos al son de la corriente del Calle-Calle
sobre el puente,
olvidaremos que hubo sangre en la piedra que lo sostiene,
porque el amor suele ser egocéntrico.

Quiero verte andar por mi ciudad,
quiero amor mío, amor mío, coronarte a la altura de la luz inexistente
para no alcanzarte, para no acabar con este sueño y no se empañe
el frágil cristal de la vida.

No perder de vista el tronco hueco donde serán ovillo nuestros cuerpos.

Suavizaré con viejos ungüentos la piel de mis muslos,
dejaré crecer mi pelo para enceguecerte entre mis pechos,
montaré alazán para fortalecer mi vientre
y tropieces sordo, mudo y ciego de mi mano
y ahogarte en mis serpientes.

No te he visto como no he visto la tierra que me sostiene y me tempera,
no te he oído como no he oído a las turbulentas aguas del Laja,
no he hablado contigo,
como no hablé nunca con las abejas que endulzan mi pan,
no he tocado tu torso como nunca toqué a Dios,
no siento tu fragancia como no huelo la transparencia del agua,

tu ausencia es más ancha que el sol,
sin embargo, la llamarada quema mi endometrio y me desentraña
para nacer,
amor mío te voy a parir.

1 comentario:

esquinaparadise.blogspot.com dijo...

Todos los cinco sentidos y más, todos en el poema. Excelente.
Saludos desde Canarias.
Antonio Arroyo.