sábado, 14 de agosto de 2010

VITA CLAMAVI

Hágase el hombre del barro de mi garganta

que de la saliva salga a cantar.

Roxana Miranda Rupailaf

I

No lleva sello en el pulgar derecho

es de polvo y costilla

estrangulada en el pantano

un canto aciago le articula

hasta hoy ambigua pluma.

Seca la humedad en sus grietas

hilillo de agua ajena al mar,

en su vientre infinito

acoge vasija

muda voz.

Los pájaros se posan tal si rama fuera

espera la simiente que brotará dulce

en su sueño,

un pergamino sangrado.

II

Sus labios caen fláccidos

y el azar resbala en su vestido,

desconoce la próxima parada

los cúmulos más allá del techo se condensan

y sus manos no logran evitar

el escalofrío de la muchedumbre,

bajo sus pies bulle el camino

y ya es breve la perspectiva.

Dos fugados de la realidad

dos ebrios

hasta sentir el impacto del proyectil

y nos miramos,

inertes,

dos muertos.

Sentada en el sueño de nadie,

en el vaivén de nada.

III

Aún mi cuerpo tiembla

en tu fabulosa morada.

IV

Retírame a tus médanos,

acaricia los frutos ofrendados

de mi sobrevienta furiosa,

tus manos descifren

la habituada tiniebla.

Te entrego la montaña

la más alta y profunda

la que abriga

la heredera célula,

el útero lleno,

la cima nuestra vigilante

estudiosa de lumbres

sobresaltando al mundo.

Estoy aquí muriendo y muriendo

en tu fardo de luz

en tu boca escondida

cansina sanguijuela

entre los pliegues

de la sábana brutal y dos oteros

sobre tu piel.

V

Abre el día un océano milagroso,

un tibio manto precipita,

su silueta pende en sus ejes

y goza como una flor rociada.

Allí busca los aromas de su piel

como el piélago yace ofrecido

a las falúas, gozado, osado, altivo

y oteando todos los paraísos con su olifante presto.

Quisiera correr

a campotraviesa

huracanando

bajo las lluvias

Ella lo ama desde sus labios

a sus capiteles.

Jardín olor a botones

y en cada noche

palpará hasta sus centros

-¡cómo crepitan!-

Que exploten

en su huella celadora,

arriba gallardo acendrando su viril

cuerno en sus colmenas.

Apóstata,

testaferro de su nombre,

finisterra,

concha que habita la roca

y perfora,

finito latido.

Su cuerpo desnudo

acerca su vientre

a sus selvas,

pubis a pubis

desnudo a desnuda.

VI

Ella por las sombras entre adobes

cabizbaja roe su fallo,

un cielo punza amedrentando su cavilación.

Solloza un trazo agudo que atraviesa

su tiempo

un seno desmoronándose

crepúsculo se queda.

Adueñada del aire

esquiva piedras y barro,

aprieta las llaves hasta encontrar

las puertas.

La protección es cierva y

entre hierros busca el costado tibio,

los grillos sueltan la carne,

liberan un musgo en su voz.

Ácidos laceran su madrugada

su rueda escapa

arrebata su antifaz

y el augur enreda

entre acerbos tragos

la amenazante hoguera;

fuga a firmamentos inciertos

poderosos ensueños

en un cieno mortal,

su sangre arrojada

con su beso adúltero

y el temblor

hunde

su joven pericardio.

Poema XIV de Vita Clamavi


Soy mujer
y
llevo un ruego de siglos,
me culpan
un río rojo
mi voz desoída
una pelvis llena,
caeré en amargos sobre la historia
y hoy me celebro y te emplazo a que me cantes
el canto de labriego vigoroso
de mis sueños,
reivindica los días perdidos,
hoy los tiempos de murallas
se agolpan meciendo cabezas y lágrimas.
Pero a mí me harás un océano,
corales y perlas,
besarás el altar de mi cuerpo,
sabrás que llevo una punzada fácil en el seno,
que oficio muchas horas en los turnos sagrados.
No soy estrella de nadie
ni vuelo mientras amamanto,
muchos ríos se sacian en mis universos
laboriosos,
tú me amarás
aún en la oscuridad.

Decibel

He cubierto con el bronce quedado en mi cama

el dulce bienestar del pasado de la ingenua sensación

que no hay errores,

todo yace porque sí,

pero es la maga blanca que duerme a mi lado,

y me alienta

me dice que los días se vienen breves como un áspid

en un rincón,

biografía que no tendrá espacio

con su ínfimo fuego que se apaga

en las membranas,

besaré todas las sombras con mi índice,

la ceniza de mis yemas,

todo el laberinto encontraré

porque me he dado cuenta lo que cuesta ser mujer

hasta morir,

el aroma de mi sexo, el aura de mi sien,

el decibel en mi oído

todo lo que parezca inmortal.

Sé que me oíste


Sé que me oíste como un arpón en la techumbre,

y sobresaltado dejaste de escribir,

la luminosa calle se extiende ascendiendo hacia un ángel

que me tiende su mano,

allá avanzó el enemigo que torturaba con preguntas

en la última vuelta.

Labios de mi boca,

que cuántas veces callaron,

cuántas insultaron,

y una vez los mordí

para no matar.

Tibio como un aire estival

se tiende el puño bruscamente

expuesto fuera de la manga a buscarte,

me he vestido y desvestido para relucir en la noche sucia,

la tibieza de los pechos y los bastones a cuestas,

bajo la bruma descarnada a la bestia que miente al mundo,

para venderles el alma

a unos míseros apuñalados.

Amé la vida porque estabas en ella,

amé la puerta del sol cuando penetró profundamente

y yo repté

y abrí mis ornamentos,

porque era la única manera de ofrendarte.