
Sé que me oíste como un arpón en la techumbre,
y sobresaltado dejaste de escribir,
la luminosa calle se extiende ascendiendo hacia un ángel
que mi tiende su mano,
allá avanzó el enemigo que torturaba con preguntas
en la última vuelta.
Labios de mi boca,
que cuántas veces callaron,
cuántas insultaron,
y una vez los mordí
para no matar.
Tibio como un aire estival
se tiende el puño bruscamente
expuesto fuera de la manga a buscarte,
me he vestido y desvestido para relucir en la noche sucia,
la tibieza de los pechos y los bastones a cuestas,
bajo la bruma descarnada a la bestia que miente al mundo,
para venderles el alma
a unos míseros apuñalados.
Amé la vida porque estabas en ella,
amé la puerta del sol cuando penetró profundamente
y yo repté
y abrí mis ornamentos,
porque era la única manera de ofrendarte.