viernes, 23 de julio de 2010

Ofrendarte


Sé que me oíste como un arpón en la techumbre,

y sobresaltado dejaste de escribir,

la luminosa calle se extiende ascendiendo hacia un ángel

que mi tiende su mano,

allá avanzó el enemigo que torturaba con preguntas

en la última vuelta.

Labios de mi boca,

que cuántas veces callaron,

cuántas insultaron,

y una vez los mordí

para no matar.

Tibio como un aire estival

se tiende el puño bruscamente

expuesto fuera de la manga a buscarte,

me he vestido y desvestido para relucir en la noche sucia,

la tibieza de los pechos y los bastones a cuestas,

bajo la bruma descarnada a la bestia que miente al mundo,

para venderles el alma

a unos míseros apuñalados.

Amé la vida porque estabas en ella,

amé la puerta del sol cuando penetró profundamente

y yo repté

y abrí mis ornamentos,

porque era la única manera de ofrendarte.

Sinfonía


Mi hermoso difunto

tu esternón bajo mis ijares mancillados

de tu semen,

han hecho esta sinfonía en mis febriles aposentos,

convulsionan mis piernas

que abrieron los caminos a las pirotecnia

cubriéndote los ojos en mi caparazón.

El frío de silencios

que gimen los inviernos,

no se tensan nuestros cartílagos

engarzados tus huesos a mis huesos

como esponjas.

¡cómo limas delirantes se retuercen sin resignación

de no tener la seda de tu esquiva savia en mi esquiva boca¡

No sabemos si al fin

nos iremos con el mundo.

Yerma


I

Ella abrió las corrientes sin llanto

y las oscuridades de las calles,

la inmóvil brusca

susurró su adiós entre arcas vacías

y luces tenues.

Se fue.

Se fue con su cruz apolillada.

Ella abrió a los cielos sus alas,

en las puertas golpeó,

y las escalas fueron

iluminadas arenas,

demasiado para seguirlas

sobre el viento.

Acaso ese viento presuroso secara

el sudor de la esfinge

o nunca sus piernas se abrieron.

Los brazos abiertos presta a acunar

se vaciaron antes de su aborto inmóvil,

aún su pañuelo manchado la cubre.

Yerma amada,

tu beso estalló antes de salir el sol

desde el botón hermético.

II

Tú,

que tienes el germen imborrable bajo el tórax,

derrochas la ternura que el mundo carece,

el desaire que acuna

el tedioso petulante,

descolorida cotidiana que no descansa en mansedumbre

de amar al mundo

en sus intervalos.