viernes, 9 de julio de 2010

Sácame el vestido


Al borde de una llanura,

Eros de mis sueños,

vigilante de esta comarca.

Puedes tocar con tus dedos la estría donde

duerme tu último beso cierto.

Al comienzo de cada noche cuando avanza la prisa

de encenderla, me gusta redibujar tu periferia,

con un redoble de eufónicos vientos,

y comparo tu relincho de goce

a los truenos de madrugadas hambrientas.

A sabiendas te pido no me abandones,

aunque no eres el primero, pero sí yo seré la última

que abrevas en un enjambre de palomas sedientas

de ti.

Hábitame imperiosamente,

me resigno a tus dudas

y me protejo del glaciar de las frígidas.

Sácame el vestido,

despójame,

amasa el humedal que te pertenece bajo mi falda,

no hagas más distancia entre tu sexo y mi sexo,

que no huya en desorden el beso vacío.

Quiero que me riegues tu espesura semental,

esa humedad mía se detenga en tu pubis,

seamos sangre de un mismo torrente.

Quiero tu gemido, luego tu mordedura,

para guarecerte entre las joyas más preciosas

de esta mujer tuya y

mis gemidos se apresuren,

tus manos, bajen a mi vientre acezante,

minuciosamente te juntes a mi cuerpo

con un bravo jadeo de tu boca

y me enloquezca,

hasta cuando llegues a mis vellos,

bajes a mi vulva y el botón que la adorna,

te hundas en mí con tu requiebro sabio,

hasta el alma, hasta el cielo,

hasta la muerte.

Copa de nieblas

Me ofrezco como una copa de nieblas

púlela con tu dulcedumbre,

con tu desnudo

resplandor me queme,

que la niebla se disipe,

que el cristal brille.

Fuiste mi primera vez, fui tu primera vez,

besa los oscuros arreboles que urden tu pudor

sobre ellos.

No olvides la clerical campana bostezó su silencio

Cuando una carne libre se entregó en los conventos.

Todo te consiento, abro las hojas del fruto,

te envuelvo árbol frondoso,

gime, gimo encendida de luz serrana.

Roza mi espalda tu fría espada,

y un relumbre de filo gritará

y mi caparazón habrá envuelto

tu pudor que agoniza en mi jubiloso cuerpo

derramado sobre un lecho.

como un día fue.

Desnúdame

Desnúdame arrecife en océanos briosos

y abismes tu boca

en mis caderas

cuando rompa el anhelo la virtud.

Tus vísceras y la tostada simiente

Vuelque su blanco licor que edulcora la voz

Y me convenza,

Abriré el pan cálido para tu dedos

Y dejes tu almibarada tizana

En el mascarón que resopla por mí.

Tus manos batan el aire, silben sobrevuelos

mi desnudo pubis y tus yemas clávense

en alguna huella de eternidad

cuando voltees tus ojos a mis ojos ya hundida

en el mar.

Bajaré la cremallera y me incitarás

La lujuria de las santas, la ruidosa altiva, idealizada mujer,

te beso la profundidad de los mares que embisten

con su pez devorador en la espuma sagrada de una diosa.

Ábreme como una rosa presa hace siglos,

no te niego palabras soeces ni rasguños que marquen

a fuego tus dientes en mi agudo pezón.

Tu mensaje vomite labios entreabiertos

la muerte dulce y quejumbrosa,

mi brasa inmóvil cerraré.

Líbame el rocío, enrédame a la humedad

que el cimbreo no fatigue las pelvis.

Coral

Te he amado en el comienzo del mar

y la tierra,

en la luz y el pectoral

que te adormiló

en mis sábanas

aquella encendida madrugada;

la golondrina

sobrevolando ajenos huertos,

la sombra insolente de una playa sin huellas.

Te daré todas las noches del tiempo

tengo un río que puede lamer su cauce en tu cuerpo.

Serás mi gota frágil del sereno,

huelo desde ya, tu aroma, tus fluidos

y me desarman

los nidos de la existencia.

No te preocupes de los silenciosos caminos

sigue aleando sobre mis cielos,

besa mis trémulos vaivenes,

son las alas del viento,

pues te pido y desespero,

porque

tu voz traduce desde mi pelo hasta mis pies

un coral que canta bajo un océano.

Bruma

La bruma espesa simula la cortina

que esconde mi desnudez

y se anuncia.

Atiza ante tus ojos, varón mío,

el fuego nuestro.

El que azuza la bestia que somos,

bravía sudando en eternas sentencias.

Amo tu embestida de forjador,

en mi perfil de mujer que rompe

el cayado de las flores,

que gime su aroma irrepetible,

que intenta establecer los soberanos

acordes

al compás de las frágiles falúas,

para que el mundo no persista

en el clamor de hacer la piedra a nuestra imagen

o nuestra imagen sólo una armadura.