
Ella abrió las corrientes sin llanto
y las oscuridades de las calles,
la inmóvil brusca
susurró su adiós entre arcas vacías
y luces tenues.
Se fue.
Se fue con su cruz apolillada.
Ella abrió a los cielos sus alas,
en las puertas golpeó,
y las escalas fueron
iluminadas arenas,
demasiado para seguirlas
sobre el viento.
el sudor de la esfinge
o nunca sus piernas se abrieron.
Los brazos abiertos presta a acunar
se vaciaron antes de su aborto inmóvil,
aún su pañuelo manchado la cubre.
Yerma amada,
tu beso estalló antes de salir el sol
desde el botón hermético.
que tienes el germen imborrable bajo el tórax,
derrochas la ternura que el mundo carece,
el desaire que acuna
el tedioso petulante,
descolorida cotidiana que no descansa en mansedumbre
de amar al mundo
en sus intervalos.
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