viernes, 23 de julio de 2010

Yerma


I

Ella abrió las corrientes sin llanto

y las oscuridades de las calles,

la inmóvil brusca

susurró su adiós entre arcas vacías

y luces tenues.

Se fue.

Se fue con su cruz apolillada.

Ella abrió a los cielos sus alas,

en las puertas golpeó,

y las escalas fueron

iluminadas arenas,

demasiado para seguirlas

sobre el viento.

Acaso ese viento presuroso secara

el sudor de la esfinge

o nunca sus piernas se abrieron.

Los brazos abiertos presta a acunar

se vaciaron antes de su aborto inmóvil,

aún su pañuelo manchado la cubre.

Yerma amada,

tu beso estalló antes de salir el sol

desde el botón hermético.

II

Tú,

que tienes el germen imborrable bajo el tórax,

derrochas la ternura que el mundo carece,

el desaire que acuna

el tedioso petulante,

descolorida cotidiana que no descansa en mansedumbre

de amar al mundo

en sus intervalos.

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