VITA CLAMAVI
Hágase el hombre del barro de mi garganta
que de la saliva salga a cantar.
Roxana Miranda Rupailaf
I
No lleva sello en el pulgar derecho
es de polvo y costilla
estrangulada en el pantano
un canto aciago le articula
hasta hoy ambigua pluma.
Seca la humedad en sus grietas
hilillo de agua ajena al mar,
en su vientre infinito
acoge vasija
muda voz.
Los pájaros se posan tal si rama fuera
espera la simiente que brotará dulce
en su sueño,
un pergamino sangrado.
II
Sus labios caen fláccidos
y el azar resbala en su vestido,
desconoce la próxima parada
los cúmulos más allá del techo se condensan
y sus manos no logran evitar
el escalofrío de la muchedumbre,
bajo sus pies bulle el camino
y ya es breve la perspectiva.
Dos fugados de la realidad
dos ebrios
hasta sentir el impacto del proyectil
y nos miramos,
inertes,
dos muertos.
Sentada en el sueño de nadie,
en el vaivén de nada.
III
Aún mi cuerpo tiembla
en tu fabulosa morada.
IV
Retírame a tus médanos,
acaricia los frutos ofrendados
de mi sobrevienta furiosa,
tus manos descifren
la habituada tiniebla.
Te entrego la montaña
la más alta y profunda
la que abriga
la heredera célula,
el útero lleno,
la cima nuestra vigilante
estudiosa de lumbres
sobresaltando al mundo.
Estoy aquí muriendo y muriendo
en tu fardo de luz
en tu boca escondida
cansina sanguijuela
entre los pliegues
de la sábana brutal y dos oteros
sobre tu piel.
V
Abre el día un océano milagroso,
un tibio manto precipita,
su silueta pende en sus ejes
y goza como una flor rociada.
Allí busca los aromas de su piel
como el piélago yace ofrecido
a las falúas, gozado, osado, altivo
y oteando todos los paraísos con su olifante presto.
Quisiera correr
a campotraviesa
huracanando
bajo las lluvias
Ella lo ama desde sus labios
a sus capiteles.
Jardín olor a botones
y en cada noche
palpará hasta sus centros
-¡cómo crepitan!-
Que exploten
en su huella celadora,
arriba gallardo acendrando su viril
cuerno en sus colmenas.
Apóstata,
testaferro de su nombre,
finisterra,
concha que habita la roca
y perfora,
finito latido.
Su cuerpo desnudo
acerca su vientre
a sus selvas,
pubis a pubis
desnudo a desnuda.
VI
Ella por las sombras entre adobes
cabizbaja roe su fallo,
un cielo punza amedrentando su cavilación.
Solloza un trazo agudo que atraviesa
su tiempo
un seno desmoronándose
crepúsculo se queda.
Adueñada del aire
esquiva piedras y barro,
aprieta las llaves hasta encontrar
las puertas.
La protección es cierva y
entre hierros busca el costado tibio,
los grillos sueltan la carne,
liberan un musgo en su voz.
Ácidos laceran su madrugada
su rueda escapa
arrebata su antifaz
y el augur enreda
entre acerbos tragos
la amenazante hoguera;
fuga a firmamentos inciertos
poderosos ensueños
en un cieno mortal,
su sangre arrojada
con su beso adúltero
y el temblor
hunde
su joven pericardio.
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