sábado, 21 de agosto de 2010

de Vita Clamavi, mi último libro, prologado por el poeta Juan Cameron y comentario en la contraportada del poeta Tulio Mendoza Belio

Invitación a la aventura

El amor es una fuerza animal en el mejor y el más maravilloso de los sentidos. Es una fuerza visceral. Tal es el mandamiento que desarrolla y prueba Ana Rosa Bustamante en esta, su poesía. Sus poemas se cargan de fuerza y sensualidad al tiempo de manejar un reservorio de imágenes en la descripción del cuerpo, ya sea el suyo propio o el del ser amado y, en consecuencia, evita así en lo posible el necesario acercamiento que todo trazado exige de su referente inmediato. No es tarea fácil.

Su primer deber es ubicar al lector en el discurso amoroso, en esa “percepción deliciosa de la vida”. Y lo dice en una suerte de ars poética clara y precisa: “Yo quiero hablar ahora de la piel,/ de los besos,/ del deseo,/ de una sombra,/ del amor”. Nuestra naturaleza no puede presentar equívocos.

Para resolver este clamor de vida la poeta recurre a una suerte de bestiario cuya muestra no resulta para nada angelical, sino más bien terrenal. No hay concesiones al respecto. La figura celestial y alada se representa en un “ensañado ángel tenebroso”, a la vez oasis en cuyas zarpas agoniza rasgada desde el cuello hasta los pies. Y a partir de esa descripción se ubica la pasión como ese florecido rincón en el desierto de la paz y tranquilidad cuya aridez sólo conduce hacia el monótono desamparo.

Tantas veces tantas Ana Rosa sindica aquel monocorde gusano a través del tiempo lineal. Mas, en la acera opuesta acecha un otro ejemplar del insectario humano, muy pronto sorprendido in fraganti hozando su rastro “en medio de las huellas de algún destino ignorado y salvaje”. Extraña zoomorfia aquella -y eficaz por cierto- señala a veces a los ojos del amante como pájaros de oscuros plumajes. Su latido y su mirada le hará percibir y pervivir el entorno “algo mejor que una lombriz en el barro”.

No, no somos ángeles. Este amoroso sentir que nos exige transita sobre la piel y a través de la vida y es a ratos un reptil succionando los intestinos o de una cansina sanguijuela escondida en la boca del amado. Pero ella es cierva -nótese, no sierva- y busca su costado tibio para trocarse en rauda gacela en pos de la mejor y más propicia guarida. Hay un reencantamiento del Cantar de los Cantares -texto cuyo título ocupa dentro del libro- para describir a los amantes, ella y él, como sierpe, erizo, sedienta carnívora en busca de la Arcadia, tigres desollados, gato o zorzal o liebre domesticada en su negra boca de loba: puro zoomorfismo.

Pero el amor es también la piedra fundamental y sobre ella se erige el mundo: “Negro peñasco que rompe,/ escóndeme de las manadas,/ quédame tus licores” clama la poeta. Al tiempo de recrear asimismo, y para sí misma, El origen del mundo (L’origine du monde) ese cuadro realizado por Gustave Courbet en 1866, pero esta vez desde una perspectiva femenina.

Ahora, frente a este vita clamavi, el hacerse cargo del título implica también asumir un grito de profundis, desde el fondo del pecho; o más bien a partir de aquel abismo vital desde donde nace su fenomenal clamor. La mujer en sí es, sin pudor ni metáfora, un vaso, un viaje al centro de la tierra: “Los acantilados me llevan/ a una clara profundidad/ me precipito rosa abierta”. Y allí se ubica, en esa “profunda fuente de agotados cuerpos”, el lugar desde el cual su verso emerge, su voz aflora y su grito puro y generoso se hace carne en la palabra.

Esta magnífica propuesta debe ser compartida. Invito entonces al lector a esta aventura nueva y reconfortante de leer y gozar intensamente, la poesía de Ana Rosa Bustamante.

Juan Cameron

Vita clamavi

Príncipe dios,

te clamo por el aire,

en la percepción deliciosa

de la vida

y de las cosas de la vida,

vita clamavi,

poséeme,

desalójame de lo que no es tuyo,

he de morir en tu espuma.

Es suburbio de su existencia y la besa

hasta sus huesos,

respira en su sangre menstrual

y virgen la viste.

Desmedrada en su postrera reflexión

huele cómo marchitan los soñados

azahares y azucenas

en su cintura.

Ella

Un atisbo en sus párpados
la desvela,

sus dedos abren un río de ángeles
que duelen
allí húmeda rumora una fosa
de seda,

secreta buhardilla lo nombra hace tiempo
más de un año de altares
más de siglos cohibidos,
incógnito raudal detenido
en el crótalo.

Ama el brote que empujó la cáscara
en un sueño robado,
una vez fue dócil aldaba de su puerta
fácil cerradura libre a los juncos
que ocultan en las sombras el cieno
al alba,

semilla que atraviesa
la tela fastuosa,
célebre ardor se estrella,
ápice tibio,

número enigma
de
su primera cuna.
Sus labios fingen dormido

el obstinado germen

de pez y serpiente.
Sus ancas tiemblan en un
pasadizo
subterráneo o submarino.

Morirá en definitiva
su sueño en el fondo del pez,


o a ras del suelo.

¿Qué se siente?

Qué se siente partir el mundo en dos edades y
la risa desdeñosa esquivando la tersura fugitiva de los años?
¿qué se siente oh puñal adolescente curioso astro que me orbita
a esta hora de la vida?
Místico siervo acurruca tu castidad en mis pechos alicaídos
alivia tu masturbación adolescente en la amapola experta
de tu altar.

Mis labios acercarán la sílaba a tu boca
cuando irrumpas en mis corrientes
una oración delegada a tu vicio
desvelada a tu anhelo

de hacer un túmulo sobre mi ombligo.

Encantador genital que reparte el sol
donde pensaba que era olvido
maestra vegetal hacia el destello
cordel liberándose de su hebra primigenia.

Te bañas

te contemplo
tu cuerpo
no es espejo para el mío.

Dime qué se siente en una piel de muchas páginas
luna indigna
tendida
en tu piel oscura
de silvestres geografías
odre nuevo rebasando el mosto.


Y nada fue diferente
a la agonía.

Joya


Cuando hablamos de respeto
dejamos a los vientos correr libres
hasta por grietas macabras,
cuando hablamos de pensamiento libre
dejamos que las mariposas no dejen rastros visibles
y arrancamos pistilos sagrados.

Cuando hablamos de justicia
dejamos que el hambriento siga el camino
pueril de la noche inagotable de sombras,
cuando hablamos de la guerra
jamás los niños logran su canto
sucumbir en su alegría.
Y así,
cuánto hablamos,
queda en las espumas ornamentales de los paisajes.

Yo quiero hablar ahora de la piel,
de los besos,
del deseo,
de una sombra,
del amor,

quiero hablar del silencio de la esposa
sin luz,
que se apacigua con sus hijos,
y se resigna porque
la multitud
le ha dado el cielo.

La realidad construida no la sentencia,
le repite diariamente que es flor eterna,
virgen en su corazón,
amante de su mandamiento.

Esa mujer no despliega el amor hinchado de su sangre,
no es cortesana elegante de territorios virtuosos.

Pero,

Yo te digo,

soy entre las cuerdas de mi guitarra,
la puta de tus boleros,
la que rasguña tu cuerpo ausente
entre la soledad nocturna de mi cuerpo
y el gozo de un ensueño,
iluminada cada día

soy,
la que no vive de normas,
incontenible,
impetuosa marea
y sagrada ola
que
agoniza en tu oscuridad
y te lleva en sus venas

y
nadie toca
ni pertenece.

Convocatoria

Ninguna academia es más hermosa que una flor…

Héctor Hénandez M.

Apresúrate a mi cuerpo

como un minero que ultraja
la tierra que lo tortura.
Riega mis playas preparadas

al rocío,
y sobre tropicales conchuelas
puebla la arcadia
de tu mástil,
tu inflexible fortaleza me defienda
de los infidentes,
de los ingenuos,
de los adormecidos.
Préñame la lucidez inmortal
en un torpor de la historia y
escribamos el capítulo fundamental
durante la hora-siesta.
Una discreta plegaria
será epitafio después de la lucha.
Bendíceme con abalorios de tu boca
en mi pelvis derrama cintas de lluvia
que permitan acoger tu estirpe.
Escríbeme los glifos nuestros en la piedra tardía
que purifican los ríos.
Venera la colmena
que zumben los requiebros,
induce la voluntad de los ciervos
en mi embarcación.

Abriré surcos

Abriré los surcos nuevos en la arena

y hablarán las verdades de mi piel.

Retornarás al sonido

de la hembra

hasta romper tus labios.

Pondrás las hojas

tal si construyeras un pajar,

allí estarás

mordiendo lo vivido,

muriendo lo mordido.

Será tu mano un río interminable

recorriendo mi sangre,

sedienta

abriré los caminos

de lo inevitable

tanteando

herido

dormido

como la vida te haya tratado,

sobre mí hundido en el mar,

total desnudo,

total rodeado de mis pechos,

vientre, sexo, muslos.

Libre agua

…porque la mayor locura que puede hacer un hombre

en esta vida es dejarse morir sin más ni más…Sancho.

El Quijote

Mi mente tiene aceras y adoquines
que han escuchado el turno ruin de las frígidas
murmurando bajo la lluvia
su adormecida memoria,
la lluvia va abriendo quillas en los vientres
como peces espadas,
el mar
que no ha nacido en la estela gris
no me ha quitado su venia,
la soledad se ha quedado tejiendo
su urdimbre de muerte y pechos llenos,
es libre agua que baja serena y mundanal
por la cuneta,
arrastra quizá qué papeles
quizá qué despedida escrita de soberbias
polleras, cintura ceñida en manos fuertes,
nalgas atrapadas de pasión y pelvis.
¡qué pechos!
¡qué adiós cortando el cuello
sola por las aceras!

Del polvo soy y volveré donde
Penélope
me espera,
se ha rebanado los dedos
con los hilos de mujer buena,
cuando le cuente
mis andanzas y
en el pecho marcas de dientes
la herida sangrará hacia adentro.

Cómo abre el pájaro la niebla
extraviado
en su estola de miedos.

La perla

Yo hablo en la oscuridad como aquél que fue esclavo…

Javier Bello

Las sombras

que la luna hace por los adoquines.
Al dejar mi casa

no sabía

cómo caminar por las ciudades
con tanto lumbrerío

y tanteos.

Unos ojos me embelesan
y
yo con la mirada al horizonte,
en la mano mi copa

es vino

que me embriaga a otra dimensión.

Las pezuñas rebotan en el cemento,
un zapato se desgasta,
mi vientre palpita
pende como un murciélago
o es un hijo que no nacerá.
Mátame antes de la madrugada.

Soy un reptil sangrando
que sobrevive.

Te atraparé en mi red de fuego
en una piedra, en tu sexo
y me amarás hasta hincharse tu carne
de animal y presa,

¿quién será quién?


Nos ahogaremos en la misma sangre.

La roca desnuda

Lo he encontrado cuando
era un caracol.

En el tronco
roía un clavo frío bebiendo el ayer
entre viernes y fuegos
entre viernes y pájaros
entre viernes y sueños.


No sabes ahora cómo palpita

la roca desnuda del mundo

displicente
a la sombra del cielo.

Carcoma que roe mi clavijero
en las cuerdas más agudas
y sigues zurciendo otro ayer

otro

y otro.
Alzados mis párpados
para cuando tus brazos se abran entibiando la niebla
y cuelgues toda tu cofradía de nostalgias.

Entonces
me acercaré a ti
prolija

quizás te sorprenda hozando mi rastro
en medio de las huellas
de algún destino ignorado y salvaje.

Ensañado ángel

Ensañado ángel tenebroso oasis,
agonizo en tus zarpas que rasgan de mi cuello

a mis pies,

frágil he muerto en ti.

Delirio ilimitado hacia dónde,
consagración que pulsa
de noche su tortura.


Alto varón,
licor que leuda
enorme continente.

Asesino por ti,

por la fruición mataría,
me desnudo para quedarme

en mi locura,
y sostener
dos polluelos negros muertos
entre mis pechos.

Eres la gravedad del fin,
mi región es burdel tuyo
florida cesta para tu riego.
Desplómate salvaje en mis orillas erizadas,
celestial cuerno que retardas,
demorosa nota,
la sublime,
inconsciente venda pública a mansalva,
aguijón

que empujas,
único dominio que me amaño
en las últimas horas del mundo.

Mujer que pregunta

Por su frente cae la nieve

resina hirviendo

va quemando

las horas nocturnas

cuando las libélulas se desalan

o es que están fornicando,

absorta en los tiempos duros.

Ella ha atravesado las calles sin dormir

insomne arpía porque el dolor va haciendo

fea a la hoja hasta desaparecer en algún otoño

ella va con sus puños extendidos

hasta la puerta forastera

y pregunta por el hijo

si ya ha bebido la helada

de la bruma

o su boca es roja ceniza.

Animal hozando rastros avanza

arrastra vientres abiertos sobre piedras

frías y cortan

de pronto una aparición despliega

cuerpos sin cabezas

tigres desollados

mosqueríos

entonces gritos contenidos

sarmientos que guardan la gota tibia

aún en su áspera cáscara.

Se queda mirando el suelo

como si descubriera anudarse a los vientos.

Hasta hoy recorre surcos y

oye ecos en el mar

que regresan de algún puente por las estelas

circulares

zambullen

y crujen los huesos del tiempo.

Domesticada

Baja a la hora de la melancolía,

el día

se entierra en la fosa,

la enorme boca negra

con su lágrima ácida

va quemando las hojas.

Tómame con las ansias del café

en las mañanas frías del invierno,

entra en mi casa,

pero con cautela,

sin sobresalto,

pues una liebre es animal pequeño

y te conozco ancla envuelto de océano.

Enciéndeme la luz en la negra boca de loba,

que mis patas se multipliquen en tu jaula

domesticada,

no lograrás romper los barrotes

que compiten con tu aldaba celeste.

Abre la cuenca para tu géiser

en una sábana.

Entre los cráneos

Paciente desgajo, noche mía

mi tiempo,

se atolondra la sangre

esa fuga de surtidor.

La farola enciende castañuelas

en mis manos

y en mi boca

gimen encendidas.

Tú me desnudas

en la oscuridad,

doliente palpas la escarcha que me quema y

duele

y brama mamífera

en el sexo de mi sombra.

Olvidaré ese índice,

catástrofe del cielo escarbando

el hambre

entre los cráneos.

Jinete tropezado en ese escollo

hasta la punta de la noche.

1 comentario:

Y. dijo...

Te saludo, Ana Rosa: siempre gracias.

Yamileth.